lunes, 19 de noviembre de 2012

El poder del presidente


Cinco personas perdonadas en juicios por injurias, suma hasta hoy el Gobierno. Nos centraremos en dos, no del Gobierno sino del presidente: El caso “El Universo” y “El Gran Hermano”.  Preguntas claves surgen en  este tema. 1. ¿Por qué decidió perdonar? 2.  ¿Fue realmente perdón? Elías Canetti, en su libro Masa y Poder, afirma que el poderoso nunca perdona verdaderamente y que todo acto hostil queda registrado, es encubierto o reservado para más tarde. ¡Correcto! Cuando alguien tiene poder sobre otros, siempre piensa cómo sacar provecho del perdón, difícilmente perdona de corazón, y si nos queda duda de esto recordemos lo que constantemente repite el presidente: “Hay perdón, pero no olvido”.

Entonces todo indica que el supuesto perdón fue en realidad una reivindicación de la imagen de Correa, pues como Canetti lo manifiesta “a lo largo de su vida, este tipo de personas suelen resistirse sobre todo a otorgar cualquier forma de perdón. Pero cuando llegan al poder, y para afirmarse en él, se ven obligados a perdonar, lo hacen solo en apariencia”. Los autores del Gran Hermano, Cristian Zurita y Juan Carlos Calderón, en teoría, fueron eximidos de sus condenas, después de un año de luchar contra el presidente  y la justicia para que se respete su opinión. 

Con este perdón el presidente acrecienta su poder, pues demuestra que su palabra es la ley. Toda una pantomima se armó en torno a este caso, que trajo consigo desprestigio del país a nivel internacional, repudio hacia Correa, quien bajó su popularidad en 13 y 9 puntos en Guayaquil y Quito respectivamente, y sometimiento de la prensa ecuatoriana. ¿Para qué? Para luego concederles la gracia, así de simple. Está claro que el poder permite a las personas hacer y deshacer cualquier acto legislativo o judicial, más aún cuando se quiere controlar a todo lo que se opone.

Nadie perdona sin recibir algo a cambio,  peor  los  poderosos, quienes se encierran es sus convencimientos y se arman de supuestas pruebas para corroborar su pensamiento. He ahí la razón  de que  los documentos  recogidos por los autores de “El Gran hermano” no sirvieran para enfrentar a la justicia, la que cabe decir solo se doblega ante una persona: el jefe, o cómo se justifica que una sentencia de 156 páginas haya sido redactada en un abrir y cerrar de ojos por un juez, el que meses después se posicionaría como magistrado. Sin duda, la justica es muy generosa con los poderosos.

Correa también concedió la remisión de la condena de tres años de cárcel y del pago de los $ 40 millones como indemnización impuesta a los directivos y al ex editorialista del diario El Universo, Emilio Palacio. Sin embargo, hay que recalcar que Palacio fue condenado por escribir un artículo sin fundamentos, afirmando que el 30 de septiembre durante la sublevación policial, Correa ordenó fuego contra un hospital lleno de civiles. Palacio tan solo presentó un video de 20 segundos como supuesta prueba, el que no revela ninguna declaración que inculpe a Correa.

Sí, Palacio se equivocó, pero la sentencia condenatoria es una exageración. Ni a los delincuentes se les condena de tal forma. El perdón otorgado a este periodista sería aparentemente un acto de generosidad, lo que en la vida real no existe, y menos para un oponente. 
Tenemos las dos caras de la moneda, dos casos con contextos diferentes y una sola semejanza: el poder del presidente. Por un lado, los periodistas, Zurita y Calderón, presentaron fehacientes pruebas que no sirvieron de mucho; en cambio Palacio, confundió el significado de libertad de expresión y escribió un artículo sin verdaderas bases. Justo o no, bueno o malo, eso no importa. Correa los condenó por igual. Su poder no vio justificaciones, él es el poderoso, él es presidente de la República. De ahí que les absolvió la sentencia por limpiar su imagen o por su “buen corazón”, poco importa, el mal ya está hecho.  En conclusión, el perdón a estos periodistas no significa la victoria de la libertad de expresión, sino la victoria del poder del presidente, poder que, como dice Canetti,  solo tiene un límite en la incapacidad de devolver muertos a la vida, lo que resulta casi imposible, porque el perdón siempre estará en bandeja de plata para lo poderosos. 

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