
Entonces
todo indica que el supuesto perdón fue en realidad una reivindicación de la
imagen de Correa, pues como Canetti lo manifiesta “a
lo largo de su vida, este tipo de personas suelen resistirse sobre todo a
otorgar cualquier forma de perdón. Pero cuando llegan al poder, y para
afirmarse en él, se ven obligados a perdonar, lo hacen solo en
apariencia”. Los
autores del Gran Hermano, Cristian Zurita y Juan Carlos Calderón, en teoría,
fueron eximidos de sus condenas, después de un año de luchar contra el
presidente y la justicia para que se
respete su opinión.
Con este perdón el presidente acrecienta su poder, pues
demuestra que su palabra es la ley. Toda una pantomima se armó en torno a este
caso, que trajo consigo desprestigio del país a nivel internacional, repudio hacia
Correa, quien bajó su popularidad en 13 y 9 puntos en Guayaquil y Quito
respectivamente, y sometimiento de la prensa ecuatoriana. ¿Para qué? Para luego
concederles la gracia, así de simple. Está claro que el poder permite a las
personas hacer y deshacer cualquier acto legislativo o judicial, más aún cuando
se quiere controlar a todo lo que se opone.
Nadie
perdona sin recibir algo a cambio, peor los
poderosos, quienes se encierran es sus convencimientos y se arman de
supuestas pruebas para corroborar su pensamiento. He ahí la razón de que
los documentos recogidos por los
autores de “El Gran hermano” no
sirvieran para enfrentar a la justicia, la que cabe decir solo se doblega ante
una persona: el jefe, o cómo se justifica que una sentencia de 156 páginas haya
sido redactada en un abrir y cerrar de ojos por un juez, el que meses después
se posicionaría como magistrado. Sin duda, la justica es muy generosa con los
poderosos.
Correa también concedió la remisión de la
condena de tres años de cárcel y del pago de los $ 40 millones como
indemnización impuesta a los directivos y al ex editorialista del diario El
Universo, Emilio Palacio. Sin embargo, hay que recalcar que Palacio fue
condenado por escribir un artículo sin fundamentos, afirmando que el 30 de
septiembre durante la sublevación policial, Correa ordenó fuego contra un
hospital lleno de civiles. Palacio tan solo presentó un video de 20 segundos
como supuesta prueba, el que no revela ninguna declaración que inculpe a
Correa.
Sí, Palacio se equivocó, pero la sentencia
condenatoria es una exageración. Ni a los delincuentes se les condena de tal
forma. El perdón otorgado a este periodista sería aparentemente un acto de
generosidad, lo que en la vida real no existe, y menos para un oponente.
Tenemos las dos caras de la moneda, dos casos
con contextos diferentes y una sola semejanza: el poder del presidente. Por un
lado, los periodistas, Zurita y Calderón, presentaron fehacientes pruebas que
no sirvieron de mucho; en cambio Palacio, confundió el significado de libertad
de expresión y escribió un artículo sin verdaderas bases. Justo o no, bueno o
malo, eso no importa. Correa los condenó por igual. Su poder no vio
justificaciones, él es el poderoso, él es presidente de la República. De ahí
que les absolvió la sentencia por limpiar su imagen o por su “buen corazón”,
poco importa, el mal ya está hecho. En
conclusión, el perdón a estos periodistas no significa la victoria de la
libertad de expresión, sino la victoria del poder del presidente, poder que, como
dice Canetti, solo tiene un límite en la
incapacidad de devolver muertos a la vida, lo que resulta casi imposible,
porque el perdón siempre estará en bandeja de plata para lo poderosos.
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