Ningún
ser humano nace siendo bueno o malo, son
las circunstancias las que forjan la personalidad. El entorno en el que
crecemos, las personas con las que convivimos y de las que aprendemos influyen
totalmente en el carácter y la moral. Cuando
se es pequeño se piensa que todo es
bondad y alegría, pues es una etapa donde jugar es la principal “responsabilidad”.
Sin embargo, cuando pasan los años el mundo se encarga de destruir ese cuento de hadas. Los niños
empiezan a conocer la envidia, el egoísmo, la hipocresía, en sí, la maldad. Se
dan cuenta de que su mundo de felicidad, no es el mismo de los demás, y eso
justamente es lo que define su forma de ser.
Como
sucede en Abel, película dirigida por el mexicano Diego Luna. El
protagonista, un pequeño de nueve años que
al no contar con una figura paterna y vivir en una familia inestable, de
repente se convierte en el padre del hogar y asume el comportamiento y las responsabilidades
de un adulto, lo curioso es que su madre
y sus dos hermanos le siguen el juego. Entonces aflora todo lo que un niño
consume del modo de vida de los “grandes”: Abel ordena, grita, regaña, se cree
autosuficiente y fuerte, incluso se vuelve machista y malhumorado; pero de alguna manera, une a la familia. Su mirada ya no es tierna e inocente; por el
contrario, refleja seriedad, autoridad y firmeza.
Abel está entre lo bueno y lo malo, entre el
pasado y el presente; por un lado está su bondadosa madre; por otro, su
despreocupado padre, sumado a su aspecto pueril y a su actitud madura. Sin
embargo no es malo, son estas realidades fragmentadas las que le llevan a actuar
de una forma extraña y hasta un tanto irracional.
Si
bien los niños tienen impulsos poco civilizados, como morder o rasguñar, son
los valores morales y las normas sociales las que les hacen renunciar a estas conductas. Si los adultos son violentos o destructivos, es
por que fueron maltratados desde pequeños, pues la gente no actúa de forma mala
o insensata a menos que haya experimentado dolor, pues como afirma Lovecraft es
su texto La estética del horror: “Las
ideas de dolor, son más potentes que las
de placer”.
En
la niñez, la maldad no tiene protagonismo,
jamás una persona violenta o envidiosa planeó
serlo desde que fue pequeño. Las experiencias dolorosas y tristes son las que influyen a lo largo de la vida de un ser humano, y las
que establecen si ser bueno o ser malo, sin intermedios.
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