domingo, 18 de noviembre de 2012

Los niños, entre lo bueno y lo malo.


Ningún ser humano nace siendo bueno o malo,  son las circunstancias las que forjan la personalidad. El entorno en el que crecemos, las personas con las que convivimos y de las que aprendemos influyen totalmente en el carácter y la moral.  Cuando se es pequeño se piensa  que todo es bondad y alegría, pues es una etapa donde jugar es la principal “responsabilidad”. Sin embargo, cuando pasan los años el mundo se encarga  de destruir ese cuento de hadas. Los niños empiezan a conocer la envidia, el egoísmo, la hipocresía, en sí, la maldad. Se dan cuenta de que su mundo de felicidad, no es el mismo de los demás, y eso justamente es lo que define su forma de ser.

Como sucede en Abel, película dirigida por el mexicano Diego Luna. El protagonista,  un pequeño de nueve años que al no contar con una figura paterna y vivir en una familia inestable, de repente se convierte en el padre del hogar y asume el comportamiento y las responsabilidades de un adulto,  lo curioso es que su madre y sus dos hermanos le siguen el juego. Entonces aflora todo lo que un niño consume del modo de vida de los “grandes”: Abel ordena, grita, regaña, se cree autosuficiente y fuerte, incluso se vuelve machista y malhumorado;  pero de alguna manera, une a la familia.  Su mirada ya no es tierna e inocente; por el contrario, refleja seriedad, autoridad y firmeza.

Abel está entre lo bueno y lo malo, entre el pasado y el presente; por un lado está su bondadosa madre; por otro, su despreocupado padre, sumado a su aspecto pueril y a su actitud madura. Sin embargo no es malo, son estas realidades fragmentadas las que le llevan a actuar de una forma extraña y hasta un tanto irracional.

Si bien los niños tienen impulsos poco civilizados, como morder o rasguñar, son los valores morales y las normas sociales las que les hacen renunciar a estas conductas.  Si los adultos son violentos o destructivos, es por que fueron maltratados desde pequeños, pues la gente no actúa de forma mala o insensata a menos que haya experimentado dolor, pues como afirma Lovecraft es su texto La estética del horror: “Las ideas de dolor, son  más potentes que las de placer”.

En la niñez,  la maldad no tiene protagonismo, jamás  una persona violenta o envidiosa planeó serlo desde que fue pequeño. Las experiencias dolorosas y tristes son las que influyen  a lo largo de la vida de un ser humano, y las que establecen si ser bueno o ser malo, sin intermedios.  


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